Sesión Publica Solemne
Sesión Pública Solemne, 11 de abril de 2014
Maestro de la Coloproctología
Distinción Otorgada al Prof. Dr. Claudio Barredo
Angel Miguel Minetti
Desde el año 2010 la Sociedad Argentina de Coloproctología hace entrega del título “Maestro de la Coloproctología Argentina” a aquellos Socios que, a través de un liderazgo natural y habiendo sido guía y ejemplo en la formación humanística y profesional de especialistas, han ejercitado el más preciado y desinteresado arte como es el de enseñar.
En estos tres primeros años, tal distinción ha sido otorgada a protagonistas del calibre de: Alfonso Marcelo Fraise, Alberto Laurence, Arturo Heidenreich y Hugo Amarillo. Esta noche, en ocasión de nuestra septuagésima primera Sesión Solemne, se ha hecho acreedor del mismo, uno de mis maestros, el Profesor Claudio Barredo (Fig.1).
Mi presencia en este estrado se debe a que la Comisión Directiva me ha designado para presentar al agasajado y agradezco profundamente esta distinción. Debo considerarme afortunado, ya que quizás sea para mí, una oportunidad única para corresponder, a quien más ha influido a cimentar mi formación científica y quirúrgica, y que además me ha honrado con su amistad.
Nuestro homenajeado se ubica en una generación de cirujanos iniciados en la década del año 60 y se puede decir que corresponde al período post romántico de la cirugía Argentina, ya que se trata del comienzo de una era en la que el médico, protagonista en la atención del paciente, pasa a tener un rol secundario frente a las corporaciones y la tecnología, cuyos avances son innegables, pero con consecuencias que se pueden palpar en algunos de los males que aquejan la atención de la salud en la actualidad.
Figura 1: Prof. Dr. Claudio Barredo.
Dentro de su trayectoria en la Escuela Quirúrgica Rawsoniana, corresponde a una tercera generación de alumnos de Ricardo Finochietto, habiendo transitado por varios de sus Servicios, ya que se inició en la Sala V-VI, actúo luego en el pabellón Olivera, y por último en la Sala XV, hasta el cierre definitivo del hospital.
Claudio Barredo nació en Buenos Aires el 27 de noviembre de 1935, y fueron sus padres Alfonso Barredo Docío, hijo de inmigrantes españoles venidos de Villafranca del Bierzo, provincia de Castilla y Catalina Demichelis, hija de italianos oriundos de la región de la Lombardía, más precisamente de la Ciudad de Milán.
Su padre fue un fructífero comerciante e industrial dedicado a la fabricación y venta de Sombreros, por cierto, prenda muy utilizada en esa época. La empresa se encontraba en la esquina de Alsina y Entre Ríos. Su habilidad comercial lo llevó a instalar también una casa de artículos y prendas de vestir de hombres, que llamó “Casa Docío”, ubicada en la calle Victoria, hoy Hipólito Irigoyen, y donde se vestía una distinguida clientela, entre los que se encontraban diputados y senadores.
Los primeros pasos de su formación, los realizó junto con su hermano Alfonso en la escuela pública Albina García de Ryan, ubicada a pocas cuadras de su casa; para luego pasar a desarrollar sus estudios secundarios en el hoy centenario Colegio Nacional Mariano Moreno, ubicado en la calle Rivadavia y Maza, donde en 1953 obtuvo su título de bachiller.
Durante la adolescencia supo trabajar en la empresa paterna donde se ocupaba de las cobranzas; su padre no lo había elegido precisamente por su habilidad en el área contable, sino por una cualidad que siempre lo caracterizó, la perseverancia. El sueldo que percibía le permitía pagar todo lo referente a sus estudios y otros gastos, en especial a la compra y mantenimiento de equipos y material para la práctica del deporte que más lo atraía en ese momento y que sería una de las pasiones de toda su vida, el náutico. Supo tener una lancha a motor, un velero con el que solía navegar por el Tigre y el Río de la Plata. De físico privilegiado, practicó intensamente el sky acuático y natación, que aún hoy desarrolla con particular habilidad, velocidad y resistencia, y que alterna con paseos en bicicleta junto a su pareja, Helen Morcatali por las tranquilas calles del barrio.
Sus deseos de superación y su firme vocación por la medicina, lo llevan a ingresar a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1954, época en que la república era sacudida por la intolerancia y el enfrentamiento político y social, con consecuencias que aún hoy se reflejan en nuestra sociedad.
A partir del año 1956, precozmente y con la intención de profundizar sus conocimientos en aquellas disciplinas básicas de la medicina, que son pilares fundamentales para el ejercicio de la especialidad, lo llevan a actuar como practicante en el Hospital Luisa C. Gandulfo de Lomas de Zamora.
En 1959, luego de una brillante carrera, se gradúa de médico e inmediatamente con firme vocación y convicción, comienza a desarrollar el camino para llegar a la meta que se había propuesto: ser cirujano. Comienza entonces la búsqueda de centros de excelencia en donde se podía aprender y enseñar la cirugía; tales averiguaciones lo llevan a presentarse en la Escuela quirúrgica del Hospital Rawson; institución que fuera gestora de una buena parte del patrimonio quirúrgico de nuestro medio y que en ese momento se encontraba en plena madurez.
En el año 1960 se inscribe en el Curso de Cirugía Básica para Graduados, aprobando el examen de ingreso, que constaba de una prueba de temas de Cirugía, Medicina General y otro de libre elección. Es allí, en el seno de ese crisol progresista donde se puede decir que Barredo comienza a forjar su profesión y personalidad quirúrgica.
El curso duraba un año y en ese momento era dirigido por el Dr. Delfín Vilanova. Además del estudio, puntualidad, trabajo y dedicación, se destacaba lo que más caracterizó a la escuela: la enseñanza de una depurada técnica quirúrgica; y como parte de ello, los cursantes debían documentar prolijamente los pasos de las intervenciones mediante la confección de gráficos.
Durante el desarrollo del mismo se realizaban rotaciones de 4 meses cada una por los sectores de las Salas V y VI, y al finalizar cada período se rendía un examen referido al área en cuestión, que una vez superados terminaban en un final. Barredo lo terminó con el máximo puntaje.
Fiel seguidor de las enseñanzas de Ricardo Finochietto, concurría a los famosos cursos de la Clínica Finochietto y la Biblioteca del Ateneo Iberoamericano de la calle Lima esquina Belgrano; que el maestro dictaba allí debido a la expulsión sufrida por parte de las autoridades de turno, como consecuencia de los acontecimientos políticos del año 1955.
Su curiosidad fuera de serie, su preocupación por el otro y su irrenunciable pasión por la cirugía, lo llevo precozmente a cruzar las fronteras de la Ciudad para internarse y mezclarse con cirujanos anónimos y mostrar sus cualidades. Junto a un grupo de egresados de la escuela, comienza a formar un equipo de guardias en el Hospital Municipal Nicolás Bocuzzi de Florencio Varela; lo conformaban entre otros, Osvaldo González Aguilar, Urli, Gadano, González, Casaza y Laplace. Allí, como tuve oportunidad de comprobar en ocasión de trabajar con sus archivos personales, se practicaban desde cirugías de corrección de orejas en asa hasta comisurotomías mitrales, pasando por gastrectomías y todo tipo de intervenciones del abdomen, tórax y cuello. Siguiendo las mismas premisas, a su retorno de Francia como veremos más adelante, entre 1970 y 1972, fue cirujano del Hospital de la Ciudad de Chascomús a donde viajaba 3 veces por semana en su Fiat 600, acompañado de su inseparable amigo, el anestesista Pedro Oriolo.
Claudio Barredo sabía de la importancia que en ese momento de la carrera podía ser tomar nuevos conocimientos y experiencias de otras escuelas del mundo. Su avidez por enriquecer el camino recorrido hasta ese momento lo lleva a buscar nuevas expectativas; es así que se contacta con otro brillante ex alumno y compañero de la escuela, Rodolfo Troiano, quien en ese momento se encontraba en París perfeccionándose en cirugía hepática.
Con su ayuda y la fortuna que siempre acompaña a los grandes hombres, obtiene una beca como residente extranjero otorgada por el Colegio de Medicina de los Hospitales de París con Jean Loygue.
A partir de octubre de 1967 y hasta octubre de 1968, actúa bajo las órdenes de Loygue, quien era el Jefe del Servicio de Cirugía en el Hospital de Rothschild, y en ese momento figura mundial de la cirugía digestiva.
En el seno del crisol quirúrgico de Francia, supo forjar su futuro y codearse con la flor y nata del mundo médico Parisense. Eran los albores de la cirugía hepática moderna y allí se ejecutaban las primeras experiencias en la materia. Seducido por ello, y quitándole tiempo al descanso, no deja de aprovechar la oportunidad para conocer a figuras como la de Cuineaud, padre de la segmentación hepática y la de Michele Huguet, en ese momento joven cirujano que había vuelto de Filadelfia y con quien tuvo la oportunidad de realizar los primeros transplantes experimentales de hígado realizados en Francia.
En su estadía pudo demostrar las cualidades humanas y quirúrgicas que traía del Hospital Rawson. Con Loygue aprendió algunas técnicas novedosas para la época como: la anastomosis intestinal con sutura monoplano, la plicatura del intestino delgado y la operación para el prolapso rectal. Lo definía como Cirujano académico, metódico, productor incansable y sobre todo provisto de una gran maestría para la cirugía; un cirujano hábil que operaba las hemorroides con el camisolín colocado sobre la ropa que traía de calle y sin campos.
Prueba de su desempeño en Europa fue la carta que recibió del entonces decano de la Facultad de Medicina, Andrés Santas, en la que pone de manifiesto los conceptos vertidos por las Autoridades del College de Medicine des Hospitaux de París, que fueron motivo de orgullo para las autoridades de nuestra alta Casa de Estudios.
La brillante trayectoria desarrollada hasta ese momento, le valió para al ganar un concurso de médico Clase “C” en el Hospital Rawson. Inmediatamente es destinado al pabellón Olivera cuyo jefe era Roberto Gárriz, a quien ya había conocido en oportunidad de una rotación por coloproctología. En ese momento Gárriz había ganado fama entre los cirujanos jóvenes por su habilidad quirúrgica, experiencia, desinterés para transmitir conocimientos y el respeto que mantenía hacía los discípulos.
En 1970, bajo el padrinazgo del Maestro presenta su tesis, que versó sobre el tema “Pólipos rectocolónicos”, que resultó calificada como “Distinguida” obteniendo así el Título de Doctor en Medicina.
Con motivo de solicitarle ser mi padrino de tesis, el primer consejo que me dio fue explicarme cómo había hecho él en dicha ocasión y que consistió en recluirse durante un mes a estudiar y desarrollar el material, en la quinta de fin de semana que la familia tenía en la localidad de San Miguel.
En 1971 pasa a la Sala XV para hacerse cargo del sector de coloproctología que había quedado vacante con la partida de Arturo Heidenreich, quien había ganado el concurso de jefe del Servicio de Cirugía del entonces Hospital Salaberry. Allí conoce a Diego Zavaleta hijo, Rene Bun y Benjamín Rivas Diez, con quienes continúa el prolífico trabajo de su antecesor, desplegando una intensa producción asistencial, docente y de investigación; que jerarquiza al Servicio que en ese momento dirigía Helios Gugliotella.
Conocí a Barredo, en el año 1976, cuando ingresé a la residencia de Cirugía de la Sala XV del hospital. El motivo que me había atraído era la mística desarrollada por aquel notable grupo de maestros y profesores. Por aquellos años Barredo era el encargado del Sector de Coloproctología de la Sala, y a partir de allí hemos mantenido una cordial y afectuosa amistad entre el maestro y el discípulo.
En ocasión de las primeras incursiones en la preparación de trabajos científicos me invitó a su casa, y allí pude descubrir los fabulosos archivos personales de todos los pacientes operados durante su carrera, y de todas y cada una de las más variadas intervenciones, un mundo para mi impensado hasta ese momento, ello me demostró que antes que coloproctólogo era cirujano. Durante mi rotación por el Sector a su cargo pude ver y aprender cómo se practicaba la hoy tan vigente cirugía ambulatoria bajo anestesia local, la que era efectuada en un apartado de los consultorios, con el fin de no ocupar las mesas del quirófano dedicadas a la cirugía mayor bajo anestesia general.
En 1978, ya sobre el cierre del hospital, tuve la oportunidad de ayudarle a operar la última cirugía del Rawson Se trataba de una amputación abdómino perineal; inesperadamente durante la misma, se produjo la rotura de un caño de agua y debimos terminar la intervención en medio del quirófano inundado.
En 1978 se produce el definitivo cierre del Hospital Rawson, hubo entonces que emigrar a otros establecimientos; es así como el plantel del Servicio de Cirugía de la Sala XV, con algunas importantes bajas de médicos que habían sido destinados a otros centros, fue trasladado al Hospital Juan A. Fernández para constituir la División “B” de Cirugía. Allí Barredo, llega a ocupar el cargo de jefe de Unidad.
En 1985 se produce el último llamado a concurso abierto para cubrir el cargo de Jefe de Servicio de Cirugía del Hospital Penna, de la entonces Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Concurso abierto de funciones que es el único proceso que permite acreditar con toda legitimidad la función pública y seleccionar un recurso humano de jerarquía que garantice una atención en salud de excelencia. La pérdida de este sano ejercicio institucional, ha sido uno de los factores que más fuertemente ha influido en el deterioro de la educación dentro del ámbito del hospital público.
Habiendo ganado el puesto, meses después, se hace cargo de esa función acompañado por algunos médicos con formación Rawsoniana, entre los que puedo mencionar a: Jorge Covaro, Carlos Repetto, Gustavo Tirsminetzky y, más tarde, Fabio Leiro como residente.
Barredo, un soñador desde siempre, actuó pensando que toda realidad futura se teje sobre cimientos de ideales y utopías, y es así como se hace cargo del Servicio.
Con ideas claras y creativas, trabajo fecundo y silencio humilde; supo imprimirle al Servicio el estigma del modelo de la educación Rawsoniana basado en el orden, férrea disciplina, esfuerzo permanente, estudio constante de técnicas y conocimiento actualizado de la patología quirúrgica.
Defensor de una medicina social al servicio del hombre, con gran honestidad científica y respeto por el paciente, nos ha impresionado siempre por su rigurosidad en el trabajo y gran agudeza para el juicio; cualidades que le permitieron ganar rápidamente la amistad y admiración de los colegas del hospital en general y la del Servicio de Cirugía en particular.
Con ejemplar entusiasmo y energía supo superar los obstáculos cotidianos que se presentaban. Las deficiencias y las asfixias presupuestarias de ese momento, y que aún caracterizan en estos días al hospital público, lo llevó a crear una fundación FUNDICIPE (Fundación Cirugía Penna); mediante la cual entabló una austera administración de los recursos; que le permitió generar los fondos necesarios para obtener mejoras edilicias, tecnológicas y de recursos humanos. Durante 20 años de trabajo incansable, supo desarrollar junto a sus discípulos un Servicio de Cirugía Modelo; hasta el 20 de junio de 2006 donde corona su brillante carrera hospitalaria, ocupando las funciones primero de Sub Director y luego de Director.
Sobre un sólido andamiaje de cirujano asistencialista, su vocación por la enseñanza lo ha llevado a desarrollar una profunda actividad docente, tanto de pre- grado como de post-grado, siendo un férreo defensor de la enseñanza basada en el problema y frente al paciente. Como metodología siempre ha empleado las reglas más eficaces de la pedagogía: humildad, sencillez y generosidad.
En la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires ha desarrollado gran parte de su actividad docente, pasando por todas las escalas de la Carrera de la Asignatura Cirugía, desde Adscripto, hasta el cargo que mantiene hoy de Profesor Titular Consulto.
Entre tantos logros no puedo omitir en este breve tiempo que me queda sólo alguna de las numerosas participaciones en Asociaciones científicas nacionales y extranjeras. En este sentido, tuvo el honor de presidir en el año 1994 el Sexagésimoquinto Congreso Argentino de Cirugía y en el 2000 del Vigesimoquinto Congreso Argentino de Coloproctología; siendo Presidente de la Asociación Argentina de Cirugía en el año 1997 y la Sociedad Argentina de Coloproctología durante el período 1998-2000. Sin embargo, su máximo orgullo es el de haber sido nombrado Miembro de Honor de la Asociación Francesa de Cirugía, en el año 2000, compartiendo el estrado con Cuinoaud.
Claudio Barredo es un gran Maestro con todas las palabras, porque para llevar tal insigne investidura no es necesario trascender sólo por conocimientos, diplomas, títulos o habilidades y destrezas. Ser maestro es un arte, una profesión y una vocación. Un arte porque es necesario contar con una particular sensibilidad, flexibilidad y originalidad para saber quiénes son sus aprendices; descubrir en ellos su verdadera vocación y talento, y saber cómo hacer para desarrollarlas adecuadamente. Una profesión porque debe conocer estrategias y metodologías de enseñanza y tener clara y con sentido común su visión de mundo y su rol como docente. Pero más allá de esto, tiene que tener la vocación necesaria para ver que su trabajo, es contribuir a la formación de alguien que llega para enfrentar sus propios miedos, retos y aprendizajes, y con el alma, corazón, mente y espíritu, dispuestos para ser lo mejor.
De él depende evaluar cuánto avanza y aprende cada uno de sus discípulos, no solo en los conocimientos y habilidades; sino también en otros aspectos de su desarrollo integral: como la sensibilidad y fortaleza necesaria para ayudar a enfrentar el dolor y el sufrimiento; la integración para el trabajo en equipo; la adecuada relación con colegas, y el desarrollo de una conducta con alto valor ético y moral.
Ser maestro es ser un soñador; creer más allá de la frívolidad y escepticismo del hombre, y estar convencido que algún día al final del camino, se podrá entregar esa antorcha sagrada a un discípulo, otro soñador.
Autoridades, Colegas, amigos, Señoras y Señores,
He querido presentar ante ustedes al profesional, al hombre y a la monumental trayectoria transitada; él ha sido el principal factor gravitante en el desarrollo de mi vida creativa y de la praxis médica, por todo esto sólo puedo decir como palabras finales: “Gracias Maestro, gracias amigo”.